16 jul 2012

Cuentos Obesos



Hoy compartimos con ustedes el relato de nuestra amiga Nataly Urbáez:





Hola, por estos lares ya todos me conocen, me llamo Nataly y soy gorda.  
He sido gorda desde el Kynder y los insultos los he escuchado todos. Un gordo no puede vestirse como los flacos, no puede saltar cuerda como los niños flacos, no puede jugar con los niños flacos pues estos corren el riesgo de ser "aplastados". Un niño gordo es para los demás un monstruo muy parecido a Godzilla. Y a mi, que me hubiera gustado ser otra cosa, quizás un mono de cola multicolor, me tuve que conformar con ser un monstruo verde. Así que me hice amiga de otros pequeños monstruos y superé, no sin rasguños, la educación básica y el bachillerato. 
Llegué a la Universidad, Escuela de estudios Políticos para más señas, pensando que en ese lugar ya no sería un monstruo, pero me equivoqué. Todavía algunos de mis compañeros veían las escamas que me quedaban del desarrollo; podían oler mi tímidez y seguí siendo Godzilla/la gorda/manteca/vaca. Yo, que lo que quería era ser politólogo, aprendí sobre DDHH, me refugié en otros amigos monstruos, en profesores monstruos y en compañeros monstruos y superé, no sin llorar, el camino hasta el aula magna. 
Luego en el trabajo me sentí mejor. Con sus altos y bajos, gorda y todo, aunque de acuerdo al consenso general yo debía ser torpe, holgazana, estúpida e ignorante, resulta que NO LO SOY, DE HECHO SOY TODO LO CONTRARIO y me he tropezado con jefes/mounstruos voladores que derriten la discriminación a fuerza de puro sarcasmo y trabajo duro. 
El asunto por el que escribo esta nota es que, éste monstruo también quiere escribir cuentos, por lo cual decidió inscribirse en un reconocido instituto de creatividad literaria, a fin de pulirse las garras y acabar con Tokio (en la pura letra, claro está).Y uno creería que un grupo de intelectuales sensibles, amantes de la literatura, podrían aceptarme con cola y todo, pero NO. Fui expuesta y puesta en burla por una compañera de taller/poetisa/tallerista (aunque vaya usted a saber si en el alma de un verdadero poeta hay espacio para tal bajeza de espíritu) que, antes de valorar mis letras, prefirió hablar de mis kilos en el aula a fin de mofarse y desacreditar mi trabajo. 
Sintiendo que había vuelto al colegio aunque ya casi piso los 30, esperé que el profesor actuara pero no hizo nada. Se quedó suspendido en el minuto que me tomó decidir que había llegado el momento de convertirme en Godzilla de verdad-verdad y ponerle coto a la humillación pública que sufrí. 
¿Porqué la discriminación germina en los salones de clase? Creo que se debe en gran parte a que los profesores (no todos) respaldan éste comportamiento a través de la escasa o nula importancia, que le otorgan al acoso que los compañeritos tienen contra el cuatro ojos-el negro-el bembóm-el limpio-el pelo malo-el rarito-la machorra y cómo no, el gordo, ese niño que se traga las donas para endulzar el maltrato de los demás. 
Aquella poetisa, no mucho menos gorda que yo, creció en el mismo ambiente. Y en vez de luchar contra la obesofobia, prefiere negar su propia imagen y cargar en contra de los semejantes. Es tan intolerante que no se tolera a sí misma. Pero yo, que creo en que a pesar de mi talla sigo mereciendo el respeto que merece cualquier ser humano, reivindico el espacio que ocupo en este mundo, aunque mi parcela sea un poco más grande que la de otros. 
Soy un monstruo verde y no tolero la intolerancia. 
Llegué a la Universidad, Escuela de estudios Políticos para  más señas, pensando que en ese lugar ya no sería un monstruo, pero me equivoqué. Todavía algunos de mis compañeros veían las escamas que me quedaban del desarrollo; podían oler mi timidez y seguí siendo Godzilla/la gorda/manteca/vaca. Yo, que lo que quería era ser politólogo, aprendí sobre DDHH, me refugié en otros amigos monstruos, en profesores monstruos y en compañeros monstruos y superé, no sin llorar, el camino hasta el aula magna.
Luego en el trabajo me sentí mejor. Con sus altos y bajos, gorda y todo, aunque de acuerdo al consenso general yo debía ser torpe, holgazana, estúpida e ignorante, resulta que NO LO SOY, DE HECHO SOY TODO LO CONTRARIO y me he tropezado con jefes/mounstruos voladores que derriten la discriminación a fuerza de puro sarcasmo y trabajo duro. 
El asunto por el que escribo esta nota es que, éste monstruo también quiere escribir cuentos, por lo cual decidió inscribirse en un reconocido instituto de creatividad literaria, a fin de pulirse las garras y acabar con Tokio (en la pura letra, claro está). Y uno creería que un grupo de intelectuales sensibles, amantes de la literatura, podrían aceptarme con cola y todo, pero NO. Fui expuesta y puesta en burla por una compañera de taller/poetisa/tallerista (aunque vaya usted a saber si en el alma de un verdadero poeta hay espacio para tal bajeza de espíritu) que, antes de valorar mis letras, prefirió hablar de mis kilos en el aula a fin de mofarse y desacreditar mi trabajo. 
Sintiendo que había vuelto al colegio aunque ya casi piso los 30, esperé que el profesor actuara pero no hizo nada. Se quedó suspendido en el minuto que me tomó decidir que había llegado el momento de convertirme en Godzilla de verdad-verdad y ponerle coto a la humillación pública que sufrí. 
¿Porqué la discriminación germina en los salones de clase? Creo que se debe en gran parte a que los profesores (no todos) respaldan éste comportamiento a través de la escasa o nula importancia, que le otorgan al acoso que los compañeritos tienen contra el cuatro ojos-el negro-el bembóm-el limpio-el pelo malo-el rarito-la machorra y cómo no, el gordo, ese niño que se traga las donas para endulzar el maltrato de los demás. 
Aquella poetisa, no mucho menos gorda que yo, creció en el mismo ambiente. Y en vez de luchar contra la obesofobia, prefiere negar su propia imagen y cargar en contra de los semejantes. Es tan intolerante que no se tolera a sí misma. Pero yo, que creo en que a pesar de mi talla sigo mereciendo el respeto que merece cualquier ser humano, reinvindico el espacio que ocupo en este mundo, aunque mi parcela sea un poco más grande que la de otros. 
Soy un monstruo verde y no tolero la intolerancia.

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